miércoles, 31 de marzo de 2010

Mi regalo (On demand)

(Me vas a tener que seguir perdonando)

-¿Qué es este ruido insoportable?- murmuró la princesa, incorporándose de una siesta que se le antojaba había sido especialmente pesada.

Se acercó a la ventana, cubierta -qué extraño- por una tupida hiedra color sangre. Apartó hojas y telarañas y legañeó a una luz tibia, de alba o atardecer. Aun desde esa altura, parecía que los jardineros se habían mostrado excesivamente descuidados. Muy muy descuidados. Su jardín, ese jardín digno de Fibonacci, lleno de espirales hipnóticas y perfectas, se hallaba ahora cubierto por una maleza delirante. Milanos del tamaño de una cabeza volaban hasta el torreón y se deshacían en -no sabía bien- insectos o en diablillos. Espinos grandes como los más grandes robles envenaban sus mosaicos de escuadra y compás.

A sus ojos bullía el caos, la más absoluta de las arbitrariedades. Aurora sintió que se mareaba.
Bajó la torre, bajó el castillo y llegó al corazón de aquella urdimbre, donde la aguardaba un caballero de rostro desfallecido, atrapado por la raíz pulposa de una de aquellas plantas.

-¿Has visto... -musitó-... has visto a mi caballo?

Aurora recordó al animal que alcanzó a distinguir, huyendo en estampida, mientras se abría paso a través del bosque. Asintió, con la mirada perdida, y levantó la espada medio oxidada que portaba a la espalda. Ante semejante gesto -al fin y al cabo, Aurora era dama de absurdos ropajes, cabellera de enjambre, gesto ausente y pronto acero- el caballero dejó escapar un alarido.

Un fuerte olor a quemado llenó el aire y la raíz pulposa, sesgada en dos, retrocedió de nuevo a lo oscuro.

Aurora suspiró, tratando de dominar la ira.

-No vuelvas... -silbó entre dientes-. No vuelvas a tocar mis peonias.

sábado, 6 de marzo de 2010

Os velhos amantes

Me vas a tener que perdonar...