martes, 28 de octubre de 2008

Insomnio



Debería estar en la ciudad de tus inviernos, persiguiéndote entre el tacto de la ropa de abrigo. Debería estar contigo de la única manera que puedo: hablando de ti, al fin, con sinceridad. Debería estar buscando una manera de volver a seguir, de recobrar aquel camino, en vista de que el olvido no es posible. Debería tener -debería habernos permitido- algún recuerdo más que aquel día luminoso e incompleto que se partió, partiéndonos. Debería haberte dado más lugares comunes, más placeres culpables, más casas de nieve. Debería poder recordar tu risa, que, como tu voz, se me diluye en el tiempo y se incrusta, sorda, en las heridas que yo mismo me he abierto. "El mar es tenaz -te dije-, sabe que nunca conquistará la tierra, pero no deja de intentarlo". Y sí lo hace, sí conquista. Llega dentro, se filtra y llena, y llena, y llena. Y me llenas, sin poder tocarte, sin poder verte, sin poder oírte. Apenas en el goteo de tus días, mientras sigo, sí, pero hacia ninguna parte.

No puedo dormir. Y he venido a buscar esta canción, himno del alivio, para pasar unos minutos sin dolor. Y para preguntarme hasta cuándo seguirá siendo así.

God only knows

El lugar al que no quisiste ir seguirá existiendo, aunque te pese. Quedará en tu memoria aunque no lo nombres. Y sabrás que ahí sigue, perdido, aunque lo niegues. Y sólo tal vez esté aquí. O pase por aquí.

Y lo perseguirás, y lo espiarás en sus descuidos para el público. Sabes –realmente lo sabes- que es la receta de la nostalgia, de la melancolía. De tu odiada No hay nostalgia peor, cuando tuviste en tu mano el acierto. El primero en años. Corrijo, el primer acierto verdadero en años. Y aquí andas, pretendidamente críptico, como si esto fuera 1996. Al menos entonces hubieras sido un pionero.

Y ahora –discúlpenme- me dirijo a ustedes. O tal vez ya lo hacía. La Casa de Nieve existe en la cumbre de un plegamiento antiguo, bajo un invierno perenne, entre piedra, pizarra y maderas que crujen. Viajo a ella todas las noches, la mayoría de las madrugadas y más de una mañana para recordar la posibilidad de ser feliz. Pero la Casa de Nieve, la auténtica, no tiene una arquitectura pintada en papel y con correcciones a lápiz. Vive tan cerca que es imposible llegar a ella. Está, puede ser, detrás de un número que conozco y no marco, en las líneas que leo y espero para saber qué palpita, por dónde. Y no tanto con quién sino cómo.

Y cuando algún día reuní el valor como para pensar en volver a vivir en ella, mi propia vulgaridad –la consciencia de haber sido una gran decepción- me asustó.

Porque no todas las historias pueden merecer con esta canción.