martes, 26 de abril de 2011

Una trama imposible


El de la izquierda es Nicolás II, último zar de Rusia. El de la derecha, Jorge V, rey del Reino Unido y Emperador de la India. Se parecen: claro que se parecen. Eran primos: Nicolás II era hijo de Victoria, hija de la británica reina Victoria. Jorge V descendía de Eduardo VII, también vástago de Victoria de Inglaterra.

Al parecer, Nicolás II pasó parte de su adolescencia en Inglaterra, educándose como príncipe heredero y sin saber que sería el último en tomar el título de zar. [Zar, por cierto, viene de Tzar, que es un contracto del germánico Kaiser, que surge de la pronunciación germánica del vocable latino Caesare: /Kaesare/. Y de Caesare y de su pronunciación mediterránea /Chésare/ viene el término español César. Por eso son título imperiales: porque surgen del primer imperio europeo: el de los césares romanos. Pero esa es otra historia] El último zar, decía, pasó años en Inglaterra, donde él y su primo Jorge, dado su parecido, gustaban de intercambiarse los papeles y los nombres, para estupor de la corte británica.

Años después, la Primera Guerra Mundial les convirtió en enemigos. Pero... Menuda trama si, por decir algo, en 1916 hubieran decidido jugar por última vez al juego adolescente de intercambiar sus identidades. Y que el asesinado en Ekaterimburgo en 1918 hubiese sido un Windsor. Y que así, la dinastía Romanov hubiese sobrevivido, habitando el Palacio de Buckingham en el periodo de entreguerras y presidiendo la iglesia anglicana...

viernes, 22 de abril de 2011

Amor filial


A finales de la década de los 20 del siglo XVI, Juana la Loca, que ya llevaba más de una década encerrada en Tordesillas, estaba al cuidado de Hernán Duque de Estrada. Algo bien debía estar haciendo el hombre, porque escribió una feliz carta a Carlos V comunicándole que su madre daba signos de recuperar la lucidez.

La respuesta del entonces todavía no emperador fue contundente: destituyó a Estrada y puso al cargo de su madre al Marqués de Denia, Bernardo Gómez de Sandoval, y al hijo de éste como sucesor. Era 1520, y la revuelta de los comuneros ya se anunciaba.

Huelga decir que Juana la Loca nunca sanó. Murió en 1555, tras 47 años de encierro en Tordesillas. Diez meses después, su hijo Carlos I abdicaba y se retiraba al monasterio de Yuste.

Por algo lo haría.

sábado, 16 de abril de 2011

viernes, 15 de abril de 2011

Blanco sobre blanco

Era un año después. Un día con más luz, pero menos luminoso. Menos invernal, pero no por eso menos dado a la nostalgia. Era un año después, y ese blanco -blanco puro de nieve- es un poco más nuestro.

Me gustó saberlo.


martes, 12 de abril de 2011

viernes, 8 de abril de 2011

jueves, 7 de abril de 2011

'No tears' Bly

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

La canción que compuso Stephen Foster –autor de la celebérrima Oh, Susanna- en 1850 bautizó a Elizabeth Jane Cochran catorce años antes de que naciera. Cuando vino al mundo le dieron el sobrenombre de Pink, por el vestido que le pusieron el día de su bautismo. Quizá, de tan subrayada su condición de mujer en aquel final del siglo XIX –cuando la mujer era, aún más que hoy, the nigger of the world, como cantaría John Lennon-, no quiso ponerse límites. O quizá fuera el segundo marido de su madre: un alcohólico maltratador contra el que Pink, valientemente y pese a contar sólo con catorce años, declaró en el proceso de divorcio. En cualquier caso, la ruptura del matrimonio llevó a la joven Elizabeth a residir en Pittsburgh. Allí, sin apenas llegar a los 20 años, leyó una columna profundamente despectiva con las mujeres en el diario local. Escribió una réplica –tuvo que firmar bajo un pseudónimo masculino para que se la publicaran- que impresionó al editor. Era 1880: otros tiempos, para lo bueno y para lo malo. El editor la contrató como reportera. Y le dio el nombre con el que pasaría a la historia: Nellie Bly.


Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Bly empezó fuerte: sus primeros textos fueron reportajes severos, de denuncia. Se introdujo en las entrañas de las fábricas donde trabajaban mujeres y contó cómo las explotaban. A su editor, sin embargo, no le parecieron temas de interés. Y quiso domar a la pequeña Bly –¿cómo podía pretender ser tan masculina?- poniéndola a cubrir actos sociales. Moda, cocina y jardinería. No obstante, Nellie Bly no aceptaba que le pusieran corsés, ni límites. Tenía 21 años y, motu proprio, se fue como corresponsal a México.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Seis meses en México dieron a Bly un reportaje, que más tarde se publicó en forma de libro; una amenaza del Ejército de Porfirio Díaz, que le obligó a volver a Estados Unidos; y la conciencia de que el Pittburgh Dispacher se le había quedado pequeño. Se fue a Nueva York y convenció al editor del New York World, un tal Joseph Pulitzer, para publicar un reportaje: el primer gran reportaje. Nellie se fingió loca para que la internaran en el manicomio de mujeres de la Isla Blackwell, y poder contar lo que allí pasaba. “Una larga cuerda –contó- iba unida a anchos cinturones de cuero que rodeaban las cinturas de cincuenta y dos mujeres. Al final de la cuerda había un pesado carro de hierro (…). Mi corazón rebosaba piedad cuando vi a una vieja de pelo gris hablando abúlica al vacío (…) Tullidas, ciegas, viejas, jóvenes, feas, hermosas: una masa sin sentido de la humanidad. No había peor destino”.


Durante diez días, Nellie Bly fue una lunática más: convivió con ratas y enfermedades, bebió agua infecta y padeció las torturas de médicos y enfermeras. Se había fingido loca: un juez decretó su ingreso en el sanatorio. Entró, pero no sabía cuándo podría salir. O, simplemente, si saldría. Pero lo logró. Su reportaje –después fue un libro: Diez días en el manicomio- sacudió conciencias. Nueva York aumentó el presupuesto dedicado a hospitales mentales, hubo juicios y cárcel para algunos médicos y se mejoró el protocolo y atención de las pacientes.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Tenía 25 años, y ya era una leyenda del periodismo. Tal vez por eso no le costó convencer a Pulitzer de que aprobaara su siguiente reportaje. En 1873, Julio Verne había publicado La vuelta al mundo en 80 días. Y se daba por supuesto que ningún hombre podría circundar el globo en menos tiempo. Ningún hombre. Pero Nellie era una mujer. El 14 de noviembre de 1889, Bly se lanzó a por su reto. Regresó a Nueva York 72 días después: ocho días menos que el récord ficticio marcado por Verne. Y –aún mejor- con una entrevista con el propio Verne, hecha cuando coincidió con él en Amiens. “¿Por qué no va a Bombay como hizo Phileas Fogg?”, le preguntó el novelista. “Porque estoy más deseosa de ganar tiempo que una viuda joven”, respondió, proféticamente, Nellie.


La vuelta al mundo en 72 días fue su segundo gran reportaje. También el último.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

En la cumbre de la fama, Nellie Bly era una mujer respetada. Pero una mujer, a fin de cuentas: de ella se esperaba que se casase, que fuese una madre de familia, después de jugar a competir con los hombres. O eso se decía, la sociedad de la época. Y sí, Nellie Bly se casó. En 1895 y con un multimillonaria 40 años mayor que ella. Sólo nueve años después ya era viuda. Era 1904, y se encontró al mando de una empresa de manufacturas en hierro. Puso todo su ingenio a trabajar, y diseño un bidón de leche metálico y un cubo de basura que mantuvieron la empresa a flote. También diseñó y patentó un barril de petróleo que hoy continúa en uso, aunque tuvo un conflicto con la patente, que perdió, lo que llevó a su empresa a la bancarrota. Era 1913, Nellie se acercaba a los 50 años, y tuvo que volver al reporterismo.


Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

De vuelta al periodismo, Bly retomó la causa de las mujeres. Viajó a Europa para narrar la evolución del sufragio femenino, y a cambio se encontró con una guerra. Hasta 1919, envió reportes de los sucesos del frente del Este en la Primera Guerra Mundial al New York Evening Journal. Sólo una enfermedad de su madre, que falleció, le hizo volver a Estados Unidos.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

De regreso a casa, Nellie Bly se dedicó al cuidado de niños huérfanos. Trató de que la sociedad en la que vivía tomase conciencia de que el cuidado de los pequeños era una responsabilidad común, una parte de la religión cívica de cada cual. Sólo su muerte, en 1922, a los 57 años de edad, le impidió concluir su tarea.

[Y es curioso contemplar, desde esta profesión que más o menos ejerzo, cómo todos los manuales de periodismo hablan de que el nuevo periodismo, o el periodismo literario, empezó en los años sesenta del siglo XX de la pluma de Truman Capote. Empezó antes, y de la mano de una mujer: Nellie Bly. La prueba está aquí]

(*)

miércoles, 6 de abril de 2011

El error que fue un acierto

We the people…


La revolución americana debió hacerse con prisas. El furor antibritánico y descolonizador hizo que, para organizar un país, una rara nación de estados, algunos territorios tuvieran que redactar sus constituciones en un tiempo récord. Fue el caso de New Jersey. El cuarto punto de su carta magna de 1776 decía:

That all inhabitants of this Colony, of full age, who are worth fifty pounds proclamation money, clear estate in the same, and have resided within the county in which they claim a vote for twelve months immediately preceding the election, shall be entitled to vote for Representatives in Council and Assembly; and also for all other public officers, that shall be elected by the people of the county at large.

Los padres de la constitución de New Jersey cometieron un error que fue un acierto: empezaron su cuarto punto refiriéndose a “todos los habitantes de esta Colonia”. Hoy, en este 2011, no parece gran cosa: en 1776 representaba un salto cuántico. Sin límite de raza o género, los revolucionarios de 1776 permitieron el voto y el acceso a empleos públicos a negros y mujeres. Mujeres, eso sí, solteras: al casarse perdían el derecho a tener dinero o propiedades, requisito necesario para ejercer el derecho al voto.

Desgraciadamente, New Jersey enmendó su acertado error, y en 1807 devolvió la exclusiva del voto a los varones blancos. Al parecer, el impulsor de la medida -cuyo nombre parece haber sido borrado de la historia, o al menos de Google- había estado a punto de perder una elección en 1797 por las presiones de un lobby femenino.

Será porque hasta dentro de las revoluciones, hay clases.

lunes, 4 de abril de 2011

Christmas in april

Para que no sólo nos encontremos, nieve y seda, en invierno