viernes, 31 de diciembre de 2010

Fuerza y valentía

¡A 2.000 metros, y a un paso del glaciar de la Maladeta!




viernes, 24 de diciembre de 2010

A Merry, Merry Christmas

And a happy New Year
Let's hope it's a good one
Without any fear

martes, 21 de diciembre de 2010

domingo, 19 de diciembre de 2010

De las Navidades de hace un cuarto de siglo

De las Navidades en VHS. De las primeras Navidades en color. De las Navidades con jersey de lana y dibujos. De la magia de Disney.

¿El acento de Ebenezer Scrooge es escocés?





La chimenea

Christmas Tale enmoñecido

Para la pequeña Mary Royl, la Navidad no era cualquier cosa. Era su época preferida del año. Ni siquiera el largo invierno anterior ni tampoco Dunkeld le habían podido alejar de los días que esperaba con más ansia. Cada año, su pequeño cuerpecito se armaba de valor y arrastraba un abeto que le doblaba en tamaño, y que ella decoraba con paciencia y mimo. Cada año pasaba horas y horas recortando, cosiendo y pegando sus adornos navideños: renos de lana, guirnaldas de dorado y verde, acebo y lazos de tela escocesa. Y también cada año se esmeraba en la cocina para preparar pasteles con jengibre y canela, y mermeladas y compotas que mezclaban arriesgadamente lo dulce y lo agrio.

Pero ese año era especial. Diferente. Al fin la pequeña Mary Royl había conseguido una chimenea.

No tuvo que rogar demasiado a las gentes del pueblo. Sí, es verdad, siempre la recibían con una sonrisa y le prometían que pronto, muy pronto, cumplirían con su deseo, cualquiera que fuera. Hasta con aquella extraña y breve pasión que sintió por los globos, y su insistencia en que le construyeran uno para poder elevarse y pintar a todo el mundo desde arriba –estaba harta de su pequeñez, y de ver el mundo desde abajo-. Pero ese año su pasión por la chimenea no caducó, como otras, a las tres semanas. Insistió durante horas, días, semanas y meses. Y un domingo, los vecinos del pueblo, por una vez sin sonrisa, le abrieron una chimenea en su casa.

Y la muy pequeña Mary Royl saltaba de alegría.

Y así llegó la Nochebuena, y la extrañeza de los vecinos de aquel pequeño pueblo. La chimenea de Mary Royl no humeaba. Las luces de la casa estaban encendidas –también las del árbol- y los destellos del rojo, del oro y del verde se veían claramente a través de las ventanas.

Pero la chimenea no humeaba.

La pequeña Mary Royl estaba sentada frente a su nueva chimenea atrapada por la sonrisa. Llevaba tres pares de calcetines, se cubría con dos mantas y sólo las yemas de sus dedos, la nariz y los labios se le asomaban debajo de todos aquellos jerseys, abrigos y bufandas.

La pequeña Mary Royl era feliz en su chimenea mágica del revés. Había abierto el tiro para darle la vuelta. No quería un foco de calor, sino un foco de frío. No quería una hoguera, sino una puerta abierta al cielo, a la nieve.

El hogar de la chimenea no alojaba troncos y piñas secas, y viejos papeles y llamas. El hogar de la chimenea estaba iluminado por la luna, que entraba de plano por el tubo y se reflejaba en la campana. Y poco a poco la nieve iba cuajando sobre aquel pueblo de trapo y cartón que había construido en la base.


Los pequeños y mínimos bancos hechos de ramas se iban volviendo blancos, y también aquellas farolas hechas de lápiz y caramelos de miel. La gente, los pequeños habitantes inertes del mundo de Mary Royl, caminaban llevando paquetes y regalos, y aquel pobre carnicero mantenía a duras penas el equilibrio ante el acoso de tantos perritos: ¡A quien se le ocurre llevar dos kilos de filetes en una bandeja a plena luz de luna! La pequeña Mary Royl batía palmas con la música imposible que surgía de aquel pub que ella misma había levantado con lona y varias tablitas de madera que había lijado con tanta paciencia, y casi podía oler el vino caliente y el ponche con el que todo el pueblo se felicitaba las fiestas. Y se sonreía por los niños, por aquellos niños que, a hurtadillas y yendo por debajo de las mesas, habían conseguido colarse tras la barra y estaban llenando de vino una botella vacía. Y sentía su ansiedad, y el pálpito adelantado de la madurez, y se enternecía al pensar en aquellos pequeños bebiendo con muecas de asco aquel vino, ya en el bosque, sólo para sentirse mayores, mientras hablaban de los regalos que –seguro- abrirían a la mañana siguiente…

La nieve seguía cayendo por la chimenea de la pequeña Mary Royl, y su pequeño universo seguía tiñéndose de blanco, y de silencio. La noche avanzaba, y todo se iba quedando vacío. Los tejados brillaban como plata, las lámparas de miel y lápiz cada vez reflejaban menos luz. Las chimeneas –en aquel pequeño pueblo imaginado también habían chimeneas- se iban apagando mientras dejaban tras de sí olor a leña, a paz, a frío…

La pequeña Mary Royl escuchó un ruido súbito, y salió de su fantasía.

En su chimenea, su hogar había desaparecido. El tiro seguía abierto, pero sólo quedaban troncos chamuscados, fríos. Ceniza y carbón. Todo era nostalgia de fuego.

Y se preguntó si no lo habría soñado.

Escuchó otro gruñido. Dos, tres… Alguien se peleaba en la puerta de su casa. Qué insolencia.

Cuando miró por la ventana, se encontró con un montón de perritos que se peleaban por un filete. Al fondo, el carnicero lamentaba su suerte y llevaba lo que había sobrevivido de la bandeja hacia el pub. En la puerta, un grupo de niños esperaban a entrar sin que nadie les viera, y la pequeña Mary Royl vio el reflejo de una botella vacía.

Olía a ponche, y a vino caliente. Y la nieve caía y cubría unos bancos mínimos y frágiles.

Y entonces sonrió: en medio de la calle, como esperándola, había una enorme caja coronada por un lazo de cinta escocesa. Estaba debajo de una farola hecha de lápiz, y coronada por un caramelo de miel.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Ola de frío

En Inglaterra

En Italia

En Gales

En Francia

En Irlanda del Norte

Once upon a time...


Las autoridades de Kirkwall (Islas Orcadas, Escocia) recomiendan a los ciudadanos que no salgan de casa: frío, hielo y nieve han tomado la ciudad.

Viendo el aspecto que presenta el cruce de Broad Street con Palace Road parece lo más prudente.

Aún así... ¡Quién pudiera estar allí ahora, y de nuevo!

Perfección (6)

Step by step


Podrían ser las huellas futuras de la pequeña Mary Royl mientras cruza montañas y fronteras en busca del invierno.

Podrían ser los pasos de la ruta de siempre, de cada día, embellecidos por el frío.

Podrían ser los restos de una maravillosa huída hacia vidas imposibles.

Podría ser la imagen que hiciese sonreír a tus labios secos, y cortados.

Pero sólo son pasos anónimos en algún rincón de Lexington, Kentucky.

Existe una diferencia entra las cosas que podrían ser y las que son.

lunes, 13 de diciembre de 2010

¡Existe! (Pues parece que no...)


Y al parecer existe aquí...

Edito: Al parecer, la hicieron existir aquí...


miércoles, 8 de diciembre de 2010

Incongruencias

Soy alérgico al pelo de gato, y no reacciono demasiado bien ante todo lo que desprenda el mundo animal. Los perros me odian tanto como yo les temo, por algo que ya contaré aquí. Y entonces, ¿por qué esta escena me parece fascinante?


martes, 7 de diciembre de 2010

Perfección (5)


Maravilloso y completamente nevado brezo visto en (y robado de -Hope you don't sue me, L.!)- Krims Krams

Crema de calabaza

Ingredientes:

Media calabaza
Dos patatas de tamaño medio
Dos zanahorias
Un tomate
Un puerro
Un apio
Agua, aceite, sal, pimienta

En primer lugar, se echa un buen chorreón de aceite en una olla y se sofríen el apio, el puerro y la zanahoria (pelada), previamente cortados en trozos de unos cinco centímetros. Cuando estén levemente dorados, se añade el tomate (también pelado), cortado a cuartos.

Cuando el tomate ya se haya desmenuzado, se cubre todo de agua –litro y medio, aproximadamente- y se baja el fuego hasta dejarlo lento. Es el momento de salpimentar y de echar la calabaza (pelada y troceada en dados) y las patatas (también peladas, y cortadas en cuartos).

Y así se deja durante una media hora, con la olla cubierta. ¿Cómo saber exactamente cuándo es el punto? Pues cuando uno de los trozos de la calabaza se pueda partir, sin esfuerzo, con el borde de una cuchara de madera.

Tras retirarla del fuego hay que batir todos los ingredientes hasta que quede una crema homogénea (Un pequeño truco: si, por lo que fuera, la crema tiene una apariencia demasiado líquida, se le puede añadir otra patata, previamente pelada y hervida). Salpimentar de nuevo.

Puede servirse con parmesano rallado encima, o con una cucharada de crema agria, y adornar con alguna hierba –dicen que lo mejor es la albahaca-.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Perfección (4)

No me puedo resistir a los regalos del invierno.

Como alguien dirá en breve, porque la nieve cruje tiernamente. Por el olor de las chimeneas. Porque por fin puede uno rebozarse con gorros, bufandas y guantes. Porque, con nieve en el suelo, el cielo brilla como nunca. Porque todo gana en fragilidad y fotogenia. Porque andar en lo frío te revitaliza.

Y por los copos de nieve. Por supuesto.



Perfección (3)

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Perfección (2)

La respuesta está ahí debajo

Azotea a punto de ser superada

Uno se sienta ante la tele a ver los informativos y se asusta: baja la bolsa, y las pensiones; suben los precios, y la prima de riesgo de la deuda. Y al poco se asombra cuando le cuentan el espectacular crecimiento de China, o cómo Suecia, socio europeo, va y aumenta su PIB un 4,8% en plena crisis. Y todo, asombro y susto, lo vive uno sentado en su sofá de Ikea. Y todo, asombro y susto, lo asume mientras cena comida comprada en un supermercado asiático –sí, ese que abre 15 horas al día, y hasta los domingos- y sobre un plato que ha comprado en los chinos. Y todavía asombrado y asustado, se pregunta cómo puede ser posible.