martes, 14 de septiembre de 2010

La pequeña Mary Royl


Hubo una vez un Invierno tan frío que decidió quedarse. Y hubo que ponerlo al baño maría para sobrevivirlo.

Pero quién se atrevía a semejante cosa.

Y en aquel pueblo, fueron a preguntar casa por casa, puerta a puerta, a todos los vecinos. Muchos se encerraron, ni quisieron saber de la empresa, que tanto era el pavor que le tenían al Invierno. Tapiaban las ventanas y cegaban las chimeneas con tal de ni oír la pregunta.

Por supuesto, la única que no cerró su puerta fue Mary Royl, la muy pequeña Mary Royl, que sin decir sí ni decir no se vio caminando hacia el norte, en busca de aquel Invierno y envuelta en cuatro bufandas y un jersey de lana...

Pasaron días en el que el que el viento fue tan fuerte hacía que Mary Royl caminara hacia atrás. Cayó tanta nieve que prefirió hacer un túnel y cruzarla por debajo que tratar de sortearla a pie. Y el frío fue tanto, tanto, que se bañó en lagos helados para entrar en calor.

Pero un día, Mary Royl se encontró al fin con el Invierno.

-¿Quien te envía?- Tronó el señor del frío
-¿A mí? Nadie. He venido paseando- contestó Mary Royl (Y no era verdad, que sólo ella sabía cómo había podido cruzar aquel glaciar de hielo y riscos saltándolos de uno en uno cada vez que podía engañar al viento)
-¡¡¡¿¿¿Paseando???!!! ¿Cómo osas insultarme?
-No te insulto. ¿Cómo voy a insultarte si ni sé quién eres? He venido a buscar al señor Invierno...
-P... Pero- el Invierno no podía creer la insolencia de esa niña- ¡Esta bien! ¡Yo soy! ¡Estás ante él!
-Ah, pues qué bien. Tanto gusto en conocerle. ¿Y sería usted tan amable de enseñarme lo que es el frío?- le preguntó Mary Royl, mientras se balanceaba y miraba al Invierno con ojos tiernos, para que no se le notara el temblor
-Pero… Pero… -el Invierno no cabía en sí- ¿Cómo que qué es el frío? ¿Vuelves a insultarme? ¿No has visto ya el viento, el hielo, y la nieve y como he congelado los mares?
-Ah… Bueno, sí. Un poquito de brisa sí que he notado- dijo Mary Royl, para provocar aún más al Invierno-. Pero me dijeron que en el norte es donde hace frío. ¿Estamos ya suficientemente al norte, señor Invierno, si es que es usted quien dice ser?

Cayeron copos de nieve tan grandes como sandías: eran fruto de la ira del Invierno, que no comprendía tanta insolencia. “Tendré que tener cuidado –se dijo Mary Royl-, no vayan a aplastarme antes de que…”.

-¡Ahora aprenderás! –le gritó el Invierno- ¡Sube a mi hombro y verás!

El Invierno, con Mary Royl en lo alto, caminó a grandes pasos, cada vez más al norte. Pasaron por sitios donde la nieve era tanta que los pocos que vivían allí miraron asombrados una de las bufandas de Mary Royl, que era verde, y dijeron que nunca habían visto un color así. Entraron en un valle que era como un museo de hielo, porque todo lo que entraba allí se congelaba, y se veían pájaros y plantas y personas de todas las épocas inmóviles y atrapados para siempre. Y el frío era atroz.

-¿Ya sabes lo que es el frío, niña?- preguntó el Invierno
-Ah, pero… ¿Ya hemos llegado?- replicó Mary Royl

El Invierno no pudo más que gritar y agrandar sus pasos. Y ya en muy poco estuvieron en el punto que más al norte está de todas las tierras.

Cuando llegaron al norte de todos los nortes, Mary Royl no podía ni moverse. Pero tuvo que seguir con su farsa para engañar al Invierno.

-Pues… Si es esto… Tampoco es para tanto ¿Estás seguro de que el frío, y el señor Invierno de verdad, no está detrás de ese horizonte?- preguntó Mary, señalando un punto lejano
-¡¡¡¡Pero cómo se puede ser tan descreída e insultante!!!- bramó el invierno, y Mary Royl creyó oír como columnas de granizo caían del cielo ya arrasaban varias ciudades
-Ah, bueno… Es que a mí no me parece tanto. ¿Tú has estado detrás de ese horizonte? ¿Seguro que allí no hace más frío?
-No, nunca he estado… Pero… Pero… ¡¡¡Esa no es la discusión!!! ¿Qué es esto???- gritaba el Invierno
-Pues acompáñame. Ven conmigo, acompáñame. ¡Que a lo mejor allí sí que está el invierno!- dijo Mary Royl.

Y el Invierno, incrédulo y derrotado, tomó de la mano a Mary Royl y caminó hacia el horizonte. “No puede ser verdad lo que me está pasando”, murmuraba.

Y al final llegaron a aquel horizonte donde, con horror, el Invierno se encontró ante el Sol, un viejo amigo de Mary Royl, que ya había preparado un océano burbujeante de agua hirviendo. El Sol empujó al Invierno al océano, que se deshizo entre grandes gritos: “¡Me has engañado, me has engañado!”.

Y así fue como Mary Royl puso al Invierno al baño maría.

En el pueblo ya todos habían salido de sus casas y habían vuelto a abrir las chimeneas, y festejaban en las calles el triunfo de Mary Royl, a la que habían preparado una gran fiesta de bienvenida.

Pero para su sorpresa un día llegó un extranjero, que traía una carta de Mary. Los mayores la tomaron, y la leyeron en voz alta. Decía así:

“Como veis, el Invierno ya se ha ido. La verdad es que le debéis un favor al Sol, así que hacedle honores. Pero yo he pasado tanto frío y a la vez tanto calor –no sabéis cómo era aquel océano hirviente-, que de regreso me paré en un pueblecito encantador. Tiene bosques de verde y ocre, las casas son de piedra y los suelos de madera. Y adorables tiendas de olores improbables, teteras divertidas y tartas con ruibarbo. La gente ni se esconde del frío ni se echa a la calle en cuanto ve el sol. Dicen que se llama Dunkeld. Y me voy a quedar aquí un tiempo bien largo. Y para la próxima, ya aprenderéis a solucionaros los problemas solos”.

KONIEK