jueves, 24 de febrero de 2011

(Te) Mareas

Como aquella vez debía ser algo así, considero mi honor un poco más a salvo...

Aunque gusten esas Mareas

sábado, 19 de febrero de 2011

Perfección (8)

Sem

De hoy hace un año

Mi abuelo tenía un pastor alemán. El Sem.

Se lo compró a la policía, y sabía sumar y restar. No lo sabía, pero lo fingía: la policía le había entrenado para que ladrara cada vez que oía el crujido que hacen dos uñas al chocar. ¿Qué para que sirve eso? Es un gesto discreto –se puede hacer con dos dedos- a los que el perro responde con un ladrido intimidatorio. Es muy útil en situaciones de tensión (un paseo nocturno, una presencia incómoda). Y claro, cuando le preguntábamos a Sem cuánto eran dos y dos, mi abuelo crujía las uñas cuatro veces, y el Sem ladraba cuatro veces. Y nosotros, mis primos y yo, en la ternura de nuestros cinco años, nos quedábamos boquiabiertos ante el inteligentísimo Sem.

También estaba enseñado para que acompañara a la puerta de la casa a toda la familia. -desde casa de mi abuelo hasta la calle había que cruzar cuatro jardines; unos 80 metros, más o menos-. Y eso se convirtió en un problema.

Un día estaba yo en el columpio, al lado del peral, desde lo alto mi abuelo vio como, no muy lejos de mí, un par de hombres trataban de entrar en el sótano de la casa. E hizo lo que haría todo hombre de orden, como el señor Smithers: soltar al perro. Al Sem.

Y ahí andaba yo, columpiándome, cuando de repente llega el Sem, que era dos veces yo, ladrando, gruñendo y corriendo. Pasó de largo, y no alcanzó a los raquerucos. Aún asustado, traté de volver a paso lento a casa de mis abuelos. Pero el Sem se giró y me vio, y acudió a cumplir con su función: acompañarme hasta la puerta de la casa. Grité como un loco y corrí como jamás lo había hecho –años después, recordando ese día, entendí la expresión perder el culo- cuando el Sem se vino a acompañarme.

No recuerdo lo que pensé. Sólo sé que se parecía bastante a lo que años después conocería como mecagoenlaputa.

Y el pobre perro, que no entendía nada, corría a mi lado mientras yo chillaba presa de la histeria.

No me hizo nada, claro.

Pero desde entonces no me gustan demasiado los perros.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Una concesión

Y un ejemplo de por qué merece la pena luchar y ser fuerte