sábado, 6 de agosto de 2011

sábado, 16 de julio de 2011

Perfidias

Resulta que en no mucho el CCCB de Barcelona acoge un... algo que, bajo el nombre de La perfidia de tu amor, pretende recuperar la memoria de los antiguos y germinales bailes agarraos. "Todos somos hijos o nietos de un primer baile", dicen. Y en ese convencimiento, me invitaron a enviarles un texto que debía tener tintes biográficos. Me invitaron a que les presentara mi baile, vamos.

Y como nunca hubo, ni ha habido, ni habrá un baile en mi vida, sólo me salió esto.

La perfidia de mi falta de ritmo
Hechos muy lamentables nunca sucedidos en El patio andaluz, Barcelona

Corrían los felices 90, año 10 a.C. (antes de la Crisis). En otro tiempo, en otra geografía, compartí mi vida con una mujer algo mayor que yo, de nacionalidad colombiana. Fue una historia labrada entre renuncias y miedos, urdida con la paciencia de un relojero, dicho sea de paso, no muy preciso. Finalmente, las muchas cosas en común, los largos paseos nocturnos, la complicidad y el conocimiento de nuestras propias rarezas y excepciones –quizá el amor no sea más que un alto grado de afinidad- inauguraron el primer capítulo del que debía ser libro de mis desengaños (copiosamente prologado en mi adolescencia. No podía ser de otro modo).

Fueron cuatro años de amor in disminuiendo, en los que una vez, una noche, unos minutos –probablemente unos segundos- habitó una sonrisa plena y perfecta. Fue durante un baile.

Carezco de ritmo. Por completo. En cierta ocasión, confundieron uno de mis conatos de baile con un ataque de epilepsia.

Ella, a la que llamaremos… Dejémoslo en ella, como buena colombiana –el tópico es el tópico es el tópico- llevaba el ritmo en las caderas. Y yo, en mis pálidos cachetes posteriores. Pero aquella noche –aquel minuto, aquellos segundos-, me lancé al baile. La culpa no fue del cha-cha-chá. Más bien, fue del pa-cha-rán. Y allí que me lancé: pie derecho adelante, pie derecho al lado, pie derecho al centro, pie izquierdo adelante, pie izquierdo al lado, pie izquierdo al centro. Con gesto convencido. Rozando su cintura con mis dedos, palma sobre palma las manos, mientras ella sonreía.

¿El resultado? Que al cabo de poco –pie derecho, pie izquierdo- me torcí un tobillo.

No obstante, aquello generó una expectativa. Y durante años, ella quiso que fuéramos a bailar a El patio andaluz, en Barcelona ¿Por qué? Porque siendo yo español –el tópico es el tópico es el tópico- debía de llevar el duende y el quejío en las venas, aventuraba.

(Y esa es una mentira que suele cuajar. Seguramente Inka, una mujer nórdica que completó un Erasmus en Barcelona, aún recuerda el fuego latino de aquel español moreno, tan mediterráneo, que la llevó a bailar tantas noches. El problema es que el fogoso latino se llama Jaume, y es de Sabadell. Aunque, claro, ella se llama Inka, y es de Uppsala…)

Pasaron los años, y oculto tras la perfidia de mi falta de ritmo, siempre aduje un inconveniente para evitar la visita a El patio andaluz. Pasaron los años, decía, y ella se hartó. Tras dolorosa conversación, nos devolvimos los regalos –ella quiso algo más que el rosario de su madre-. Le pregunté por qué. Por qué. Por qué.

“Porque no sabes bailar”, replicó.

Al cabo –al muy poco cabo, por cierto-, encontró a otro hombre. Que sí sabía bailar. Hoy, son pareja estable y padres de dos niños.

Y yo –la perfidia me persigue-, tras cerrar el primer capítulo del libro de mis desengaños, pude abrir el segundo.

Lo peor de todo es que lo abrí, precisamente, en El patio andaluz.

Lo que es la vida…

viernes, 20 de mayo de 2011

El universo en un siglo

Si un perro, un chucho cualquiera, quizá menudo e inteligentemente cobarde, suma de mil razas -hijo de mil perros-, procrease hoy podría tener una camada de seis cachorros.

Si esos seis cachorros, al cabo de cinco años, tuviesen cada uno una camada de otros seis cachorros, el perro original -el chucho cualquiera, al que pasaremos a llamar Ser Superior- sería abuelo de 36 cachorros.

Si a su vez esos 36 cachorros, al cabo de otros cinco años tuviesen descendencia en otras tantas camadas de seis perritos, el Ser Superior, en sólo tres generaciones, tendría 216 descendientes.

Y si así, si cada cinco años desde ese hipotético año 2021, los descendientes del Ser Superior procreasen a los cinco años de nacer y tuviesen camadas de seis cachorros, un día, en el no tan lejano 2111, el Ser Superior, el chucho cualquiera original, tendría -respiremos- 21.936.950.640.377.900 descendientes. Casi 22.000 billones de perros.

¿A que ese chucho cualquiera -ese Ser Superior- ya no parece tan poca cosa?

sábado, 14 de mayo de 2011

Ice wall

... Y Alaska entra en la lista de viajes de ensueño / viajes pendientes


lunes, 9 de mayo de 2011

Sumburgh Head

Y en aquel faro, detrás de todos los vientos, se hizo el invierno, germinó la nieve

martes, 26 de abril de 2011

Una trama imposible


El de la izquierda es Nicolás II, último zar de Rusia. El de la derecha, Jorge V, rey del Reino Unido y Emperador de la India. Se parecen: claro que se parecen. Eran primos: Nicolás II era hijo de Victoria, hija de la británica reina Victoria. Jorge V descendía de Eduardo VII, también vástago de Victoria de Inglaterra.

Al parecer, Nicolás II pasó parte de su adolescencia en Inglaterra, educándose como príncipe heredero y sin saber que sería el último en tomar el título de zar. [Zar, por cierto, viene de Tzar, que es un contracto del germánico Kaiser, que surge de la pronunciación germánica del vocable latino Caesare: /Kaesare/. Y de Caesare y de su pronunciación mediterránea /Chésare/ viene el término español César. Por eso son título imperiales: porque surgen del primer imperio europeo: el de los césares romanos. Pero esa es otra historia] El último zar, decía, pasó años en Inglaterra, donde él y su primo Jorge, dado su parecido, gustaban de intercambiarse los papeles y los nombres, para estupor de la corte británica.

Años después, la Primera Guerra Mundial les convirtió en enemigos. Pero... Menuda trama si, por decir algo, en 1916 hubieran decidido jugar por última vez al juego adolescente de intercambiar sus identidades. Y que el asesinado en Ekaterimburgo en 1918 hubiese sido un Windsor. Y que así, la dinastía Romanov hubiese sobrevivido, habitando el Palacio de Buckingham en el periodo de entreguerras y presidiendo la iglesia anglicana...

viernes, 22 de abril de 2011

Amor filial


A finales de la década de los 20 del siglo XVI, Juana la Loca, que ya llevaba más de una década encerrada en Tordesillas, estaba al cuidado de Hernán Duque de Estrada. Algo bien debía estar haciendo el hombre, porque escribió una feliz carta a Carlos V comunicándole que su madre daba signos de recuperar la lucidez.

La respuesta del entonces todavía no emperador fue contundente: destituyó a Estrada y puso al cargo de su madre al Marqués de Denia, Bernardo Gómez de Sandoval, y al hijo de éste como sucesor. Era 1520, y la revuelta de los comuneros ya se anunciaba.

Huelga decir que Juana la Loca nunca sanó. Murió en 1555, tras 47 años de encierro en Tordesillas. Diez meses después, su hijo Carlos I abdicaba y se retiraba al monasterio de Yuste.

Por algo lo haría.

sábado, 16 de abril de 2011

viernes, 15 de abril de 2011

Blanco sobre blanco

Era un año después. Un día con más luz, pero menos luminoso. Menos invernal, pero no por eso menos dado a la nostalgia. Era un año después, y ese blanco -blanco puro de nieve- es un poco más nuestro.

Me gustó saberlo.


martes, 12 de abril de 2011

viernes, 8 de abril de 2011

jueves, 7 de abril de 2011

'No tears' Bly

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

La canción que compuso Stephen Foster –autor de la celebérrima Oh, Susanna- en 1850 bautizó a Elizabeth Jane Cochran catorce años antes de que naciera. Cuando vino al mundo le dieron el sobrenombre de Pink, por el vestido que le pusieron el día de su bautismo. Quizá, de tan subrayada su condición de mujer en aquel final del siglo XIX –cuando la mujer era, aún más que hoy, the nigger of the world, como cantaría John Lennon-, no quiso ponerse límites. O quizá fuera el segundo marido de su madre: un alcohólico maltratador contra el que Pink, valientemente y pese a contar sólo con catorce años, declaró en el proceso de divorcio. En cualquier caso, la ruptura del matrimonio llevó a la joven Elizabeth a residir en Pittsburgh. Allí, sin apenas llegar a los 20 años, leyó una columna profundamente despectiva con las mujeres en el diario local. Escribió una réplica –tuvo que firmar bajo un pseudónimo masculino para que se la publicaran- que impresionó al editor. Era 1880: otros tiempos, para lo bueno y para lo malo. El editor la contrató como reportera. Y le dio el nombre con el que pasaría a la historia: Nellie Bly.


Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Bly empezó fuerte: sus primeros textos fueron reportajes severos, de denuncia. Se introdujo en las entrañas de las fábricas donde trabajaban mujeres y contó cómo las explotaban. A su editor, sin embargo, no le parecieron temas de interés. Y quiso domar a la pequeña Bly –¿cómo podía pretender ser tan masculina?- poniéndola a cubrir actos sociales. Moda, cocina y jardinería. No obstante, Nellie Bly no aceptaba que le pusieran corsés, ni límites. Tenía 21 años y, motu proprio, se fue como corresponsal a México.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Seis meses en México dieron a Bly un reportaje, que más tarde se publicó en forma de libro; una amenaza del Ejército de Porfirio Díaz, que le obligó a volver a Estados Unidos; y la conciencia de que el Pittburgh Dispacher se le había quedado pequeño. Se fue a Nueva York y convenció al editor del New York World, un tal Joseph Pulitzer, para publicar un reportaje: el primer gran reportaje. Nellie se fingió loca para que la internaran en el manicomio de mujeres de la Isla Blackwell, y poder contar lo que allí pasaba. “Una larga cuerda –contó- iba unida a anchos cinturones de cuero que rodeaban las cinturas de cincuenta y dos mujeres. Al final de la cuerda había un pesado carro de hierro (…). Mi corazón rebosaba piedad cuando vi a una vieja de pelo gris hablando abúlica al vacío (…) Tullidas, ciegas, viejas, jóvenes, feas, hermosas: una masa sin sentido de la humanidad. No había peor destino”.


Durante diez días, Nellie Bly fue una lunática más: convivió con ratas y enfermedades, bebió agua infecta y padeció las torturas de médicos y enfermeras. Se había fingido loca: un juez decretó su ingreso en el sanatorio. Entró, pero no sabía cuándo podría salir. O, simplemente, si saldría. Pero lo logró. Su reportaje –después fue un libro: Diez días en el manicomio- sacudió conciencias. Nueva York aumentó el presupuesto dedicado a hospitales mentales, hubo juicios y cárcel para algunos médicos y se mejoró el protocolo y atención de las pacientes.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Tenía 25 años, y ya era una leyenda del periodismo. Tal vez por eso no le costó convencer a Pulitzer de que aprobaara su siguiente reportaje. En 1873, Julio Verne había publicado La vuelta al mundo en 80 días. Y se daba por supuesto que ningún hombre podría circundar el globo en menos tiempo. Ningún hombre. Pero Nellie era una mujer. El 14 de noviembre de 1889, Bly se lanzó a por su reto. Regresó a Nueva York 72 días después: ocho días menos que el récord ficticio marcado por Verne. Y –aún mejor- con una entrevista con el propio Verne, hecha cuando coincidió con él en Amiens. “¿Por qué no va a Bombay como hizo Phileas Fogg?”, le preguntó el novelista. “Porque estoy más deseosa de ganar tiempo que una viuda joven”, respondió, proféticamente, Nellie.


La vuelta al mundo en 72 días fue su segundo gran reportaje. También el último.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

En la cumbre de la fama, Nellie Bly era una mujer respetada. Pero una mujer, a fin de cuentas: de ella se esperaba que se casase, que fuese una madre de familia, después de jugar a competir con los hombres. O eso se decía, la sociedad de la época. Y sí, Nellie Bly se casó. En 1895 y con un multimillonaria 40 años mayor que ella. Sólo nueve años después ya era viuda. Era 1904, y se encontró al mando de una empresa de manufacturas en hierro. Puso todo su ingenio a trabajar, y diseño un bidón de leche metálico y un cubo de basura que mantuvieron la empresa a flote. También diseñó y patentó un barril de petróleo que hoy continúa en uso, aunque tuvo un conflicto con la patente, que perdió, lo que llevó a su empresa a la bancarrota. Era 1913, Nellie se acercaba a los 50 años, y tuvo que volver al reporterismo.


Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

De vuelta al periodismo, Bly retomó la causa de las mujeres. Viajó a Europa para narrar la evolución del sufragio femenino, y a cambio se encontró con una guerra. Hasta 1919, envió reportes de los sucesos del frente del Este en la Primera Guerra Mundial al New York Evening Journal. Sólo una enfermedad de su madre, que falleció, le hizo volver a Estados Unidos.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

De regreso a casa, Nellie Bly se dedicó al cuidado de niños huérfanos. Trató de que la sociedad en la que vivía tomase conciencia de que el cuidado de los pequeños era una responsabilidad común, una parte de la religión cívica de cada cual. Sólo su muerte, en 1922, a los 57 años de edad, le impidió concluir su tarea.

[Y es curioso contemplar, desde esta profesión que más o menos ejerzo, cómo todos los manuales de periodismo hablan de que el nuevo periodismo, o el periodismo literario, empezó en los años sesenta del siglo XX de la pluma de Truman Capote. Empezó antes, y de la mano de una mujer: Nellie Bly. La prueba está aquí]

(*)

miércoles, 6 de abril de 2011

El error que fue un acierto

We the people…


La revolución americana debió hacerse con prisas. El furor antibritánico y descolonizador hizo que, para organizar un país, una rara nación de estados, algunos territorios tuvieran que redactar sus constituciones en un tiempo récord. Fue el caso de New Jersey. El cuarto punto de su carta magna de 1776 decía:

That all inhabitants of this Colony, of full age, who are worth fifty pounds proclamation money, clear estate in the same, and have resided within the county in which they claim a vote for twelve months immediately preceding the election, shall be entitled to vote for Representatives in Council and Assembly; and also for all other public officers, that shall be elected by the people of the county at large.

Los padres de la constitución de New Jersey cometieron un error que fue un acierto: empezaron su cuarto punto refiriéndose a “todos los habitantes de esta Colonia”. Hoy, en este 2011, no parece gran cosa: en 1776 representaba un salto cuántico. Sin límite de raza o género, los revolucionarios de 1776 permitieron el voto y el acceso a empleos públicos a negros y mujeres. Mujeres, eso sí, solteras: al casarse perdían el derecho a tener dinero o propiedades, requisito necesario para ejercer el derecho al voto.

Desgraciadamente, New Jersey enmendó su acertado error, y en 1807 devolvió la exclusiva del voto a los varones blancos. Al parecer, el impulsor de la medida -cuyo nombre parece haber sido borrado de la historia, o al menos de Google- había estado a punto de perder una elección en 1797 por las presiones de un lobby femenino.

Será porque hasta dentro de las revoluciones, hay clases.

lunes, 4 de abril de 2011

Christmas in april

Para que no sólo nos encontremos, nieve y seda, en invierno

jueves, 31 de marzo de 2011

La madre de todas las señoras que

Se llamaba Carrie Amelia Moore, y nació en Kentucky en 1846. Pudo haber tenido una vida normal, pero su primer matrimonio fue un drama: su marido era alcohólico. A su muerte, decidió dos cosas: que el alcohol era el camino hacia el mal y que Jesús era el salvador del mundo. A principios del siglo XX, a los 54 años, y tras haberse casado en segundas nupcias con el reverendo Nation, ingresó en el Movimiento por la Templanza, una asociación católica que exigía moderación en el comer y en el beber como manera de someter los deseos de la carne. Y aquella señora –aquella anciana, en los ciclos vitales de entonces- se convirtió en el brazo armado de la organización. Bajo el nombre artístico de Carry A. Nation se convirtió en “el bulldog que corre a los pies de Jesús, ladrando lo que él rechaza”.

Carry A. Nation y su hacha

Carry A. Nation decidió que los salmos y las oraciones no bastaban para alejar a los hombres del alcohol. Y consideró que con una biblia en la mano y un hacha en la otra daría mejor servicio a Dios. Se convirtió en un gangster: su 1,82 de estatura y sus 79 kilos, a qué negarlo, debían intimidar lo suyo. Y a veces sola, a veces con su grupo de acólitas, entraba en los bares. Los destrozaba. Sin dejar de recitar la biblia, sin dejar de cantar himnos. Y en nombre de Dios. Pero los destrozaba.

Estado en el que quedó uno de los bares visitados por Carry A. Nation

Carry A. Nation aterrorizó a los barmen de Estados Unidos hasta su muerte, en 1911. Fue arrestada al menos 30 veces, y en todas fue puesta en libertad: el tiempo libre que le quedaba tras su particular kale borroka lo dedicaba a dar conferencias. Con el dinero que recaudó pagó numerosas fianzas y abogados.

Conferencia de 'The saloon smasher'. Sólo para mujeres

La famosa fotografía Lips that touch liquor shall not touch ours no es un montaje: son sus seguidoras, convencidas de que la redención llega por el camino de la abstinencia. Ése poder de convocatoria llegó a tener. Y hasta llegó a publicar su autobiografía.

La salvación cuesta 50 centavos

A su muerte, en 1911, los bebedores de Estados Unidos respiraron. Y sus compañeras del Movimiento por la templanza la lloraron con resignación cristiana. El epitafio en su lápida dice: “Fiel a la causa de la prohibición, hizo lo que pudo”. Su hacha quedó como símbolo de los prohibicionistas. Y su lucha no fue en vano: poco más de una década después de su muerte, Estados Unidos impuso la Ley Seca, mientras Al Capone se frotaba las manos.

Carry A. Nation. La precursora de Elliot Ness. La señora que impedía que los demás bebieran. A Hell’s grannie.

Forecast is forecast

sábado, 26 de marzo de 2011

miércoles, 23 de marzo de 2011

Narnia contigo (pero sin ti)

Nieve frágil


La cárcel de hielo


Sled Aftermath




Aquella gruta de hielo





Y además...



lunes, 21 de marzo de 2011

Louise Élisabeth Vigée Le Brun


Joven e ilusionada a los 36 años, dices, y tienes razón. Aunque pinte sus canas, y se sorprenda de la palidez de su propia piel.

Joven e ilusionada en Florencia, en la primera etapa de un exilio de más de una década. Quizá por eso tuvo que pintar sus propias canas: aquella revolución no entendía que ella también era una revolucionaria. Que ella también era Libertad. Que ella también era Igualdad.

Joven e ilusionada, con su boca entreabierta. Y sus dientes, perfectos –todo un lujo en el siglo XVIII-. Pequeños y perfectos, enmarcados por el tenue brillo de unos labios jóvenes e ilusionados. Aunque en los ojos, en los párpados, se le adivinen demasiadas noches de pesadilla, de brumas y carreteras hostiles.

Aunque también habite la luz de dos copos de nieve en las pupilas.

Joven e ilusionada, tal vez, porque Julie le sonreía, y le restaba gris a sus lienzos.

Y se soñaban en la Galleria degli Ufizzi.

sábado, 12 de marzo de 2011

viernes, 11 de marzo de 2011

Ireland Memories

O así deberían haber sido...

(Lo que me recuerda cierta conversación)

-Oye..
-¿Qué?
-Toros
-¡No!
-Sí...
-¿Dónde?
-Allí
-¿Volvemos?
-Sí...

Mpf...

domingo, 6 de marzo de 2011

jueves, 3 de marzo de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

Cantas

Y a veces, hasta como una pera

Podría echar de menos la pequeña tormenta de desorden. Que la cafetera siempre tenga que estar a punto. La despensa llena de galletas improbables. Tus cosas esparcidas por el cuarto de baño. O los periódicos, periódicos, revistas, suplementos y periódicos.

Pero lo peor de todo, lo peor de cuando te vas, de cuando te sigues yendo, es el silencio.

Es el mayor vacío.

Cantas. No te das cuenta pero cantas. Night and day. What a little moonlight can do. Beethoven. Tarareas y mueves las manos. Y cantas con una sonrisa. Como si siguieras escondiéndote junto al árbol de luz para leer. Como si nadie te viera. Como si quisieras que nadie te viera.

Cantas. Y finjo música para no darme cuenta de que no estás.

Keep calm and carry on

En caso de desesperación o emergencia, pulse aquí

jueves, 24 de febrero de 2011

(Te) Mareas

Como aquella vez debía ser algo así, considero mi honor un poco más a salvo...

Aunque gusten esas Mareas

sábado, 19 de febrero de 2011

Perfección (8)

Sem

De hoy hace un año

Mi abuelo tenía un pastor alemán. El Sem.

Se lo compró a la policía, y sabía sumar y restar. No lo sabía, pero lo fingía: la policía le había entrenado para que ladrara cada vez que oía el crujido que hacen dos uñas al chocar. ¿Qué para que sirve eso? Es un gesto discreto –se puede hacer con dos dedos- a los que el perro responde con un ladrido intimidatorio. Es muy útil en situaciones de tensión (un paseo nocturno, una presencia incómoda). Y claro, cuando le preguntábamos a Sem cuánto eran dos y dos, mi abuelo crujía las uñas cuatro veces, y el Sem ladraba cuatro veces. Y nosotros, mis primos y yo, en la ternura de nuestros cinco años, nos quedábamos boquiabiertos ante el inteligentísimo Sem.

También estaba enseñado para que acompañara a la puerta de la casa a toda la familia. -desde casa de mi abuelo hasta la calle había que cruzar cuatro jardines; unos 80 metros, más o menos-. Y eso se convirtió en un problema.

Un día estaba yo en el columpio, al lado del peral, desde lo alto mi abuelo vio como, no muy lejos de mí, un par de hombres trataban de entrar en el sótano de la casa. E hizo lo que haría todo hombre de orden, como el señor Smithers: soltar al perro. Al Sem.

Y ahí andaba yo, columpiándome, cuando de repente llega el Sem, que era dos veces yo, ladrando, gruñendo y corriendo. Pasó de largo, y no alcanzó a los raquerucos. Aún asustado, traté de volver a paso lento a casa de mis abuelos. Pero el Sem se giró y me vio, y acudió a cumplir con su función: acompañarme hasta la puerta de la casa. Grité como un loco y corrí como jamás lo había hecho –años después, recordando ese día, entendí la expresión perder el culo- cuando el Sem se vino a acompañarme.

No recuerdo lo que pensé. Sólo sé que se parecía bastante a lo que años después conocería como mecagoenlaputa.

Y el pobre perro, que no entendía nada, corría a mi lado mientras yo chillaba presa de la histeria.

No me hizo nada, claro.

Pero desde entonces no me gustan demasiado los perros.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Una concesión

Y un ejemplo de por qué merece la pena luchar y ser fuerte

viernes, 28 de enero de 2011

Perfección (7)

La nieve no cesa: el parque Lafayette (Washington DC). Y una vista más de Central Park (NYC)


jueves, 20 de enero de 2011

House of cards

Pues sí. Todo el mundo debería amar a Shirley MacLaine.

Y aplaudir a Jack Lemmon.

miércoles, 12 de enero de 2011

martes, 11 de enero de 2011

Estaciones

Sobre mi mesa hay cartas de finales de noviembre.

Tengo una maleta preparada para el pasado fin de semana.

Hay cinco libros que esperan que los lea.

Cuanto más lleno la agenda, más tiempo le sobra.

He perdido el espantapájaros que ahuyentaba a mis fantasmas.

Y todo se parece a una playa en invierno.


Yo la nieve, tú la seda. Yo la nieve, tú la seda. Yo la nieve, tú la seda. Yo la nieve, tú la seda...

jueves, 6 de enero de 2011

Cien euros

Al final de su vida, en Reyes, mi Tata siempre me regalaba cien euros.

No siempre fue así: en su casa Gaspar –era mi Rey; me daba pena que no tuviera el predicamento de Baltasar y Melchor- me había dejado la estación de bomberos de Lego, el Palé –que era algo así como la versión castiza del Monopoly-, los libros de Zalo y los animales y hasta algún CD de los Beatles. Y también –es lo que tiene ejercer de abuela- pañuelos con mis iniciales bordadas y calcetines.

Gaspar, por cierto, era especialmente generoso en casa de mi Tata: todos los regalos, que venían acompañados por tarjetas con mi nombre, escritas en una caligrafía irregular, de vieja escuela, estaban rodeados de caramelos. Chicles y piruletas, por supuesto, pero también carbón de azúcar, huevos Kinder, paraguas y monedas de chocolate y hasta figuras de azúcar que, inevitablemente, convirtieron en empacho todos los sietes de enero de mi infancia.

Pero todo eso fue hace mucho tiempo.

Al final de su vida, mi edad y la suya hacían habían vuelto imposible que Gaspar siguiera acertando con sus regalos. Y empezó a regalarme cien euros.

Me conmueve pensar en mi Tata, con sus ochenta y demasiados, subiendo trabajosamente esa empinada calle, apoyada en su muleta, para llegar al banco. Eran sólo cuatro manzanas, pero tenía que parar a medio camino para coger aire. Y luego bajar, frenando la inercia y confiando en que le diera tiempo a cruzar el semáforo antes de que se pusiera en rojo. Y ya en su casa, metiendo esos cien euros en un pequeño sobre amarillento, y escribiendo sobre él, con una caligrafía casi olvidada, trabajada y sometida al terremoto de la edad, mi nombre.

Y así llegaba el seis de enero, y me daba aquel sobrecito que escondía un esfuerzo de años. “Toma, para que te compres lo que tú quieras”. Y los besos, y las gracias, y su sonrisa: la misma que se le quedó el día que se fue.

Sólo conservo algunos de esos regalos que compré con los cien euros de mi Tata; otros se quedaron por el camino. Y ya –maldita sea- no tengo ninguno de aquellos pequeños sobres con mi nombre trabajosamente escrito. Y me recuerdan a ella.

Si, sólo son cosas. Pero tú y yo sabemos que son las cosas que han sobrevivido a la pérdida.

Por eso valen tanto.

martes, 4 de enero de 2011

Sigues aquí

Del libro que leemos mientras se va escribiendo 

"El fantasmita, tu libro, tu cepillo de dientes, el secador; los Papa Noeles de Zara Home, las cosas que has tocado, las mantas que te han arropado; tus toallas, tu mesita de noche, tus vaqueros -tan breves y perfectos-, las delicias turcas; los libros que curioseas, el capítulo de Ulises 31 que no vimos -que aún tenemos que ver-, los brincos de Brincos; el rincón de leer -que es tuyo-, el sofá que te añora, Calvin -al que algún catalán habrá dejado tuerto-, los desayunos encantadores, la taza que pusiste boca abajo, el café de por las mañanas, la pequeña tormenta de desorden que te acompaña cada vez que llegas y que tanto me llena contemplar."

lunes, 3 de enero de 2011

sábado, 1 de enero de 2011

Smile for me little one


Es la primera niña del 2011. Nació en Villarreal cuando sólo pasaban 12 minutos de la medianoche. Y se llama Claudia.