domingo, 10 de octubre de 2010

Put on that dress

La liturgia de los viernes por la tarde –de mis viernes por la tarde- se ha vuelto un poco gris. Quizá decae, como decae el año mientras se arrastra hacia el invierno.

(Curiosa decadencia, cuando el blanco es plenitud).

No es que no haya cafés de encanto, no es que falte voluntad, no es que no queden libros. Es sólo que ya no pueden batir al recuerdo y a la ensoñación; al hoy y la posibilidad del mañana.

Una vez leí de un hombre. Padecía una rarísima enfermedad: tenía una memoria total. No es que no tuviera capacidad para olvidar, sino que para él recordar era vivir. Si le preguntaban qué pasó tal día de tal mes de tal año, su vida se desplazaba a ese tal día de tal mes de tal año: “Me levante a las ocho, algo más tarde de lo habitual; desayuné: el café estaba demasiado caliente”, recordaba, y la lengua le volvía a arder. “Leí la ira cómica del periódico, la de Calvin y Hobbes. Era aquella de los muñecos de nieve asesinos”, y volvía a reír como entonces. “Y… Oh, no fue agradable. Fue la tarde en que me dispararon”, y la herida volvía a abrasar, y se retorcía, y volvía a tratar de contener la hemorragia que sucedió tal día, de tal mes, de tal año.

Para él, la memoria no la formaban pequeñas dagas de nostalgia. Era vida real en tiempo real.

Cuanto más revivía, más dejaba de vivir. Recordando un fin de semana de vacaciones se sumió en un letargo que duró exactamente dos días. Como castigo a su don, tenía que poner límites y fronteras estrictas a sus recuerdos. Porque su final, su terrible final, ya estaba escrito: tal vez un día, sin voluntad de hacerlo, rememorase su infancia. Y moriría: embarcado en un recuerdo inabarcable, entraría en una especie de coma lúcido en el cual dejaría de comer, de dormir, de beber, y se moriría en el recuerdo de su quinto cumpleaños.

Como no sé muy bien qué es la vida, y aún menos la muerte, una parte de mi le envidia. Tal vez su memoria siguiera actuando aunque el cerebro se hubiera desconectado. Tal vez reviva su historia una y otra vez, en un bucle infinito, que le lleva desde su origen hasta el punto en que decidió recordar, y vuelva a empezar, y vuelva a empezar, y vuelva a empezar. La inmortalidad por repetición. La eternidad por rutina.

Qué quieres vivir, qué quieres recordar. Aún no sé si ese hombre era un desgraciado o un semidios.

Sigue habiendo cafés de encanto, no falta voluntad, aún hay libros. Pero es todo un poco gris.

Puede que sea mejor así: se destacan los matices tenues.

Como en tu vestido de Reina de Corazones

martes, 5 de octubre de 2010

You and me Sunday driving

On our way... to Unst

Sí, vivan las pequeñas polluelas. De rojo (o no)




[*. Por si no había quedado claro]