jueves, 7 de abril de 2011

'No tears' Bly

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

La canción que compuso Stephen Foster –autor de la celebérrima Oh, Susanna- en 1850 bautizó a Elizabeth Jane Cochran catorce años antes de que naciera. Cuando vino al mundo le dieron el sobrenombre de Pink, por el vestido que le pusieron el día de su bautismo. Quizá, de tan subrayada su condición de mujer en aquel final del siglo XIX –cuando la mujer era, aún más que hoy, the nigger of the world, como cantaría John Lennon-, no quiso ponerse límites. O quizá fuera el segundo marido de su madre: un alcohólico maltratador contra el que Pink, valientemente y pese a contar sólo con catorce años, declaró en el proceso de divorcio. En cualquier caso, la ruptura del matrimonio llevó a la joven Elizabeth a residir en Pittsburgh. Allí, sin apenas llegar a los 20 años, leyó una columna profundamente despectiva con las mujeres en el diario local. Escribió una réplica –tuvo que firmar bajo un pseudónimo masculino para que se la publicaran- que impresionó al editor. Era 1880: otros tiempos, para lo bueno y para lo malo. El editor la contrató como reportera. Y le dio el nombre con el que pasaría a la historia: Nellie Bly.


Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Bly empezó fuerte: sus primeros textos fueron reportajes severos, de denuncia. Se introdujo en las entrañas de las fábricas donde trabajaban mujeres y contó cómo las explotaban. A su editor, sin embargo, no le parecieron temas de interés. Y quiso domar a la pequeña Bly –¿cómo podía pretender ser tan masculina?- poniéndola a cubrir actos sociales. Moda, cocina y jardinería. No obstante, Nellie Bly no aceptaba que le pusieran corsés, ni límites. Tenía 21 años y, motu proprio, se fue como corresponsal a México.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Seis meses en México dieron a Bly un reportaje, que más tarde se publicó en forma de libro; una amenaza del Ejército de Porfirio Díaz, que le obligó a volver a Estados Unidos; y la conciencia de que el Pittburgh Dispacher se le había quedado pequeño. Se fue a Nueva York y convenció al editor del New York World, un tal Joseph Pulitzer, para publicar un reportaje: el primer gran reportaje. Nellie se fingió loca para que la internaran en el manicomio de mujeres de la Isla Blackwell, y poder contar lo que allí pasaba. “Una larga cuerda –contó- iba unida a anchos cinturones de cuero que rodeaban las cinturas de cincuenta y dos mujeres. Al final de la cuerda había un pesado carro de hierro (…). Mi corazón rebosaba piedad cuando vi a una vieja de pelo gris hablando abúlica al vacío (…) Tullidas, ciegas, viejas, jóvenes, feas, hermosas: una masa sin sentido de la humanidad. No había peor destino”.


Durante diez días, Nellie Bly fue una lunática más: convivió con ratas y enfermedades, bebió agua infecta y padeció las torturas de médicos y enfermeras. Se había fingido loca: un juez decretó su ingreso en el sanatorio. Entró, pero no sabía cuándo podría salir. O, simplemente, si saldría. Pero lo logró. Su reportaje –después fue un libro: Diez días en el manicomio- sacudió conciencias. Nueva York aumentó el presupuesto dedicado a hospitales mentales, hubo juicios y cárcel para algunos médicos y se mejoró el protocolo y atención de las pacientes.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

Tenía 25 años, y ya era una leyenda del periodismo. Tal vez por eso no le costó convencer a Pulitzer de que aprobaara su siguiente reportaje. En 1873, Julio Verne había publicado La vuelta al mundo en 80 días. Y se daba por supuesto que ningún hombre podría circundar el globo en menos tiempo. Ningún hombre. Pero Nellie era una mujer. El 14 de noviembre de 1889, Bly se lanzó a por su reto. Regresó a Nueva York 72 días después: ocho días menos que el récord ficticio marcado por Verne. Y –aún mejor- con una entrevista con el propio Verne, hecha cuando coincidió con él en Amiens. “¿Por qué no va a Bombay como hizo Phileas Fogg?”, le preguntó el novelista. “Porque estoy más deseosa de ganar tiempo que una viuda joven”, respondió, proféticamente, Nellie.


La vuelta al mundo en 72 días fue su segundo gran reportaje. También el último.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

En la cumbre de la fama, Nellie Bly era una mujer respetada. Pero una mujer, a fin de cuentas: de ella se esperaba que se casase, que fuese una madre de familia, después de jugar a competir con los hombres. O eso se decía, la sociedad de la época. Y sí, Nellie Bly se casó. En 1895 y con un multimillonaria 40 años mayor que ella. Sólo nueve años después ya era viuda. Era 1904, y se encontró al mando de una empresa de manufacturas en hierro. Puso todo su ingenio a trabajar, y diseño un bidón de leche metálico y un cubo de basura que mantuvieron la empresa a flote. También diseñó y patentó un barril de petróleo que hoy continúa en uso, aunque tuvo un conflicto con la patente, que perdió, lo que llevó a su empresa a la bancarrota. Era 1913, Nellie se acercaba a los 50 años, y tuvo que volver al reporterismo.


Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

De vuelta al periodismo, Bly retomó la causa de las mujeres. Viajó a Europa para narrar la evolución del sufragio femenino, y a cambio se encontró con una guerra. Hasta 1919, envió reportes de los sucesos del frente del Este en la Primera Guerra Mundial al New York Evening Journal. Sólo una enfermedad de su madre, que falleció, le hizo volver a Estados Unidos.

Nelly Bly! Nelly Bly! Never, never sigh;
Never bring the tear drop to the corner of your eye

De regreso a casa, Nellie Bly se dedicó al cuidado de niños huérfanos. Trató de que la sociedad en la que vivía tomase conciencia de que el cuidado de los pequeños era una responsabilidad común, una parte de la religión cívica de cada cual. Sólo su muerte, en 1922, a los 57 años de edad, le impidió concluir su tarea.

[Y es curioso contemplar, desde esta profesión que más o menos ejerzo, cómo todos los manuales de periodismo hablan de que el nuevo periodismo, o el periodismo literario, empezó en los años sesenta del siglo XX de la pluma de Truman Capote. Empezó antes, y de la mano de una mujer: Nellie Bly. La prueba está aquí]

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