sábado, 27 de noviembre de 2010

Mi jornada de reflexión


Hay, o debería haber, una pregunta anterior a todo.

El país en el que vivo elige gobernante. Sólo ésta frase ya escocerá algunos, que no dudarían en cambiar el sujeto. En puridad, comunidad autónoma. Históricamente, nación. Estado, si se conjuga en futuro, perfecto o imperfecto. Región, reclamaría la geografía. En todos los casos, el lugar en el que viven siete millones y medio de voluntades.

Hay una pregunta anterior a todo, y no es qué tenemos en común. Porque tampoco se sabe respecto a qué o quién. Alguien mucho más inteligente que yo y con mejor sentido del humor definió nación como: conjunto de gente soliviantada intergeneracionalmente durante un espacio de tiempo determinado en un marco geográfico medianamente consolidado. Ése sería el fondo común, sí. La misma crisis, los mismos dilemas de la historia; los mismos paisajes, la misma memoria sentimental, afectiva e histórica. El debate, imagino, se centraría en el idioma que se escriben los recuerdos; en si ese paisaje, inmigración mediante, ha perdido sentido; sobre si el causante del soliviante es tal o cual vecino; sobre si el enemigo común es tal o cual país, o estado, o nación, o región, vecina. No, no es esa la pregunta.

Tampoco es derecha e izquierda. No sólo porque hoy a la izquierda no le dejen ejercer, ni porque la derecha tenga miedo de sí misma y tienda a un centro que no existe aunque sólo sea como postura estética. Es porque ningún lema electoral –ay, los discursos reducidos a variaciones sobre el mismo eslogan-dirá: más paro, menos empleos. O dirá: menos libertad, menos futuro. Tal vez sí las decisiones que se tomen, y que se vertebran sobre ampulosos lemas y consignas. Pero con el límite muy definido de las condiciones superiores al marco existente: de la inevitabilidad. Que será, claro, la excusa. La herencia. No, aquí la pregunta no es izquierda o derecha. Porque la respuesta que se demanda es: hacia adelante, a mejor, como sea. No es una cuestión de giro, sino de dirección.

Hay una pregunta anterior a todo, y tampoco es con qué espíritu. No son días para el idealismo. No son días para pensar con el corazón, sino con el estómago: las necesidades se anteponen a los sueños, a las aspiraciones. No es el futuro que escribiríamos, sino el que podremos escribir desde el presente. Es superviviencia, pragmatismo, puro y duro: no es qué dice mi pasaporte, sino cuánto queda en mi cuenta corriente.

Y tampoco es –esta vez no puede serlo- encontrar al fin el sustantivo. Sí país o nación; si estado o región; si comunidad autónoma o conjunto de ciudadanos. No es, no puede serlo: crear nuevos problemas no es una solución. Sin una mar calmada –sin una superficie sólida- no se pueden cambiar los cimientos.

Hay una pregunta anterior a todo. Y es –qué triste- a quién puedo creer.

Dos errores no suman un acierto: La duda no es una respuesta.

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