miércoles, 24 de noviembre de 2010

“I can write operas!”

Uno de los momentos más divertidos que mi recientemente descubierto –o recientemente recordado- sentido del humor me ha propiciado es este:



El escenario es el programa de Martha Stewart; los invitados, Rufus Wainwright y su madre. El motivo, un especial navideño.

La Stewart, ejerciendo de Doris Day con antecedentes, propone a sus invitados no sé bien que receta. La madre, Kate McGarrigle-Wainwright, se desenvuelve con cierta soltura. Pero Rufus...

Rufus –pobre- intenta en primera instancia colaborar con su progenitora tal y como lo haría un niño pequeño. Se acerca, sonríe, mira con interés y distancia. Tienta con la mano la posibilidad de tocar los ingredientes, pero sin mucha insistencia. Y la retira, claro, sin ningún recato. La Stewart, ya en el papel de hacendosa-tía-que-todo-lo-sabe-y-en-la-cocina-más, le dice –en inglés, pero no estamos aquí para traducciones precisas-: “Niño, que tú también tienes tu pastel para amasar”.

En pleno sonrojo, Rufus agarra el mazo y, en cuestión de pocos segundos, desarbola la masa homogénea y perfectamente cuidada que le había dejado preparada la Stewart. Lo que podría haber sido un brownie, o similar, se convierte en plastilina en manos de un niño de tres años. La Stewart, claro, vuelve a mutar, y se inocula en Kate: ambas se convierten en ‘Señoras que se ríen de sus hijos cuando intentan emprender cualquier labor doméstica”.

-Mira que es torpe…- Parece que dice una
-Que así no se coge… Estira, estira- aconseja la otra
-Si es que no se le puede dejar solo, si es un niño de teta… ¡No se le puede dejar solo! -concluyen con escarnio

Y Rufus, en un ataque de testosterona, replica:

-¡Eh! ¡Puedo escribir óperas!

Hoy se ha sabido que Rufus Wainwright será compositor residente de la Royal Opera House de Londres. Me gusta pensar que el intérprete de mis –aún- himnos del alivio habrá sonreído. Kate McGarrigle murió no hace mucho. Su hijo le ha dedicado su último disco, que presentó en una gira extraña, fúnebre y emotiva: pidió al público que se mantuviera en riguroso silencio cada vez que interpretaba, al completo, su último trabajo. Sólo quería silencio, un piano y sus recuerdos. Ser testigos de un acto tan íntimo ya es demasiado premio para los paganos.

Quizá Rufus haya sonreído.

Sí, es cierto. Puede escribir óperas.

Y preciosas canciones.

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